La muerte de los hombres a manos
de agentes terribles y coléricos se remonta a tiempos ancestrales. Existe un
viejo registro que hizo un hombre ciego, que cuenta la historia de un asesinato
sangriento y doloroso.
Aquiles, el asesino, estaba lleno
de rabia contra Héctor, el asesinado; la muerte no era suficiente medida para
calmar la furia que inundaba su corazón; maquinó acciones ultrajantes contra el
cuerpo del vencido con el fin de apaciguar su ira; taladró, sus tendones desde
los tobillos hasta los talones, pasó entre los orificios correas de buey para
amarrar los pies a su carro, fustigó a sus caballos para que arrancaran y el difunto dejara rastros de piel por todo el
suelo de camino a su nave a la orilla del mar. Había decidido retener sus
restos para que no fueran llorados ni enterrados.
El homicida no retuvo el pedazo
de carne sin vida por mucho tiempo. Los dioses amaban a Héctor, por lo que no permitieron
que tal atrocidad ocurriera; enviaron a Tetis, la madre de Aquiles, quien
también era una diosa, a reunirse con su hijo y persuadirlo de cometer tal
injuria. Él, cambió de parecer y decidió entregárselo a Príamo, el padre
suplicante del occiso.
Héctor fue llorado durante nueve días
por su gente, al décimo fue enterrado, se celebró un banquete fúnebre en su
honor y al undécimo se hizo un tumulto sobre su cadáver.
La cólera del virus que arremete
contra los hombres en estos tiempos es comparable a la furia de Aquiles; Pero
los dioses no aman a estos hombres como amaban a Héctor. Los cadáveres de los
últimos días no han sido llorados. Los padres suplicantes se enfrentan al
abismo de llorar en la ausencia de un cuerpo inerte.
Los mortales que estuvieron en
contacto con el fallecido tienen que vivir un duelo en estricta soledad durante
catorce días, la velación está prohibida mientras el país se encuentre en fase
tres. Los cadáveres pasarán de la sala de muertos al hueco en el suelo o a las
cenizas en un frasco, sin la intermediación del velorio.
Los ritos funerarios con cuerpo
presente, hacen posible la digestión de una pérdida dolorosa y triste. Los
mortales que nos quedamos respirando en la tierra, encontramos consuelo y
sentido en el llanto a un cadáver, a un amigo que, encerrado en una caja, nos acompaña
durante un día y hace una huella que recuerda que no nos volveremos a encontrar.
Sin esta ceremonia, los vivos nos quedamos suspendidos en la angustia, con una
dificultad enorme por transitar la pérdida de nuestro ser querido.
Los registros que tejemos en
estos días, cuentan historias de asesinatos dolorosos a manos de un virus
desalmado que arranca a los vivos la posibilidad de llorar y despedir el cuerpo
de sus amados a través del velorio.