Las construcciones escolares se encuentran cerradas, salones vacíos, patios desiertos y bancas rebosantes de ausencia; son fotografías que enmarcan la realidad educativa del momento. Las comunidades escolares, se adelgazaron, fueron golpeadas, zangoloteadas, y en muchos casos menospreciadas; pero no desaparecieron, al menos, no todas.
Muchas comunidades escolares
están tuertas, cojas y malheridas, enfrentan dificultades que empujan a un
vacío solitario y a la inacción. La zanja esta puesta frente a nuestros ojos.
Las estadísticas, como el oráculo de Delfos en otros tiempos, profetizan
desgracias, ausencias y desigualdades terribles, muchos medios de comunicación
anuncian el desplome educativo.
Es improbable que la educación no
sufra heridas. Habrá rasguños, sangre coagulada y mucho atraso; sin embargo,
esta tragedia no está siendo escrita por robots (aún). Los actores escolares
son de carne y hueso y están impregnados de voluntad y libre albedrío.
No existe “La escuela”. Hay,
desde hace muchos años, una intención por homogeneizar la educación,
sistematizarla y delimitarla cuidadosamente. Esta misión se encuentra lejos de
llegar a su meta. Tenemos una variedad inmensa de escuelas. Cada centro escolar
tiene maestros, alumnos, directivos y padres de familia únicos. Cada ecosistema
tiene sus propias contingencias, riesgos y oportunidades.
Todas las escuelas tienen sus
aulas vacías. Pero cada comunidad tiene la obligación de encontrar
posibilidades de acción en medio del torbellino.
El gobierno federal resolvió dar
inicio a un ciclo escolar oficial en medio de la pandemia, decidió seguir
caminando, o seguir haciendo como que camina en medio del abismo pantanoso y
oscuro. Las autoridades pagaron unos pesos a las televisoras para poner en
pantalla una serie de contenidos educativos. Los contenidos educativos no son
la escuela, no tienen que ser los sustitutos de los maestros. No van a resolver
el problema de la educación en el país.
La televisión, los programas que
han decidido estructurar y llenar de contenido pedagógico un grupo de personas
en el poder no son, ni serán la educación del país. La educación la van a hacer
las comunidades escolares.
Pugnemos por hacer de la tele un
pretexto educativo. Que los contenidos en internet, para quienes tienen acceso
a ellos, los programas radiofónicos o los múltiples canales de televisión que
se inventaron para multiplicar información, sean lo que antecede al texto. El
texto no solo como escritura, no como un espacio informativo. El texto como
tejido, como intercambio de hebras dadas por unos y por otros. Tejido social,
que abriga, contiene y da forma a la sociedad.
México.
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