lunes, 17 de diciembre de 2018

Carta a la junta de gobierno del INEE


Estimada Junta de gobierno:

Estoy interesado en contarles un poco algunas ideas que atraviesan mi cabeza y llenan de marañas mis entrañas.

Las últimas semanas los pasillos se han impregnado de angustia, los susurros anuncian un ocaso doloroso y los escritorios se han llenado de desilusión. El futuro del Instituto parece no ser prometedor en estos instantes.

Como se mencionó en la reunión exprés del miércoles 12 de diciembre, las instituciones tienen como materialidad a las personas que las conforman y coincido con que en esta institución existen trabajadores capaces, interesados en la mejora de la calidad educativa.

La situación que está atravesando la gente que le da consistencia al INEE no es fácil, es compleja, densa y profunda.  Como acto de fe, estoy convencido que las condiciones que atravesamos están amarradas a una serie de acuerdos e intereses políticos que nos jalonean y desestabilizan.

Sentado, en medio de una multitud repleta de miedo, escuché una serie de discursos bastante mediocres por parte de las personas que están al frente de una institución agonizante. Escucho en la reunión anual de fin de año sus voces como un zombi que está recibiendo un disparo en la cabeza y al mismo tiempo tratando de hilar ideas que traen consigo una sonoridad sangrienta.

Comienza a hablar la presidenta de la junta de gobierno, el mismo discurso de que a las instituciones las defienden las personas, hace una invitación para que la gente que conforma al instituto se levante y lo defienda. Luego a modo de lapsus (eso espero), llama a Defender los derechos laborales de las personas y con un brinquito acrobático pasa al tema del presupuesto. “Hubo que organizar y reorganizar el presupuesto anual”. ¿Cómo se va a organizar tal presupuesto? Teresa, como la cabeza mayor que está al frente de la institución afirma que el personal eventual ya no será parte de la institución, el personal eventual tiene menos valor, ese no tiene que ser defendido con tanta fuerza. Y la defensa que esta gente pueda dar al instituto tampoco importa tanto.

Una vez que Teresa termina sus alentadoras palabras, la sucede Sylvia, sólo para dejar claro que no tienen idea que hacer con el puesto, reiterar que el personal eventual saldrá volando al precipicio sin paracaídas mientras ellos continúan cual gallinas sin cabeza, corriendo sin dirección ni sentido hasta que esté completamente cancelado el Instituto; claro, cobrando su sueldito mientras sucede esto.

Me sorprende que una institución que tiene como premisa defender la equidad, tome decisiones en las cuales el privilegio este por delante.

Se habla de buenas condiciones de trabajo, pero que el personal eventual no esté contemplado como estructura, responde a cuestiones políticas ajenas al propio personal eventual, conozco gente que tiene hasta 13 años trabajando y que con afán de ascender profesionalmente y con su trabajo diario consiguieron plazas eventuales más altas. En el día a día, los trabajadores no tenían exigencias distintas a las que tiene el personal de estructura.  En la cotidianidad, los líderes a cargo del área del instituto en la que trabajo, nunca me dijeron: Héctor, tú debes trabajar menos, tú tienes menos responsabilidades que el resto de los compañeros de estructura.
Ahora, con la frente en alto, como lo piden, les escribo abiertamente que el asunto de la equidad que tanto se pregona, de la invitación a trabajar, a defender al instituto, no corresponde con las acciones que toman como un supuesto organismo autónomo. No me queda claro, cómo se ven en la penosa necesidad de actuar de tal o cual forma, cuando se supone que este es un organismo autónomo. Invitan a la defensa de la autonomía, una autonomía que no miro por ningún rincón.

Ahora me toca escuchar a Paty, como a ella le gusta que la llamen, “no podemos dejar morir una institución”, dice que no se abandona el barco, pero ya dejaron claro que van a abandonar a las personas.

De esas doscientas cuarenta y tantas personas que abandonan, les prometo que no se cuentan entre ellos a la élite que gana por encima de lo que gana el presidente de la república mexicana. Con los pelos de la burra en la mano les recuerdo que no hay nadie de la junta de gobierno que sea eventual. Tampoco se encuentran titulares de unidad ni directores generales en el grupo al que se le está anunciando de manera formal que saldrán del instituto con una patadita en sus pompitas. En estos momentos de dificultades, el piso se está resquebrajando en dimensiones desiguales para los trabajadores.

Continúa Paty, como ella  tanto insiste que le gusta ser llamada, dice: Si necesitamos abandonar el barco como capitanes, no duden que lo podemos hacer. A mi más bien me suena a que si encuentran otro hueso, no dudarán en correr tras él. Quien quita y la querida Paty ya está muy cerca de encontrarlo. En una de esas nos la encontraremos en alguna secretaría de educación de algún estado.

Con estas acciones me queda bastante claro que lo que les interesa por encima de todo es velar por sus intereses. Basta echar una mirada a los apoyos económicos que se autorizan, como a la lanita que se embolsan (hasta 7500 pesos mensuales) porque hay que cubrir los gastos de depreciación de sus carritos, la gasolina que se gastan; además de sus sueldos que hasta antes del 4 de julio para el presidente consejero era de 209991.25 pesos y para el resto de la corte celestial era de 200705.36 pesos mensuales y que a partir del 4 de julio, después de las votaciones, subió a 217257.57 y 207489.20 pesos respectivamente. Dinero que apenas les alcanza para sostener la vida de virreyes que se dan.

La agonía no acaba ahí, ahora es el turno de Bernardo, me da una lástima enorme dar cuenta que una de las personas que conforman una junta de gobierno, se pare y se crea el standupero más fregón del Instituto. Buscando hacer reír a las personas, contando chistes bobos y realizando críticas huecas para mover del centro la problemática que se vive al interior del INEE. En el ojo del huracán, está la incapacidad enorme de las cabezas de la institución para levantar un proyecto educativo y sentar bases que justifiquen plenamente su existencia.

Pide Bernardo que, si conocemos a alguien que tenga un puesto político, por favor, contemos que pensamos que hace el instituto.  Pide también que no ataquemos a las personas ni a las instituciones. Abiertamente escribo que hay mucha gente que trabaja diariamente en el instituto, personas de estructura y eventuales que llevan a cabo su labor con dedicación y empeño, también tecleo con la misma seguridad que me parece que las ideas y acciones de los “capitanes del barco” son bastante pobres. No conozco en persona a la honorable junta de gobierno; sin embargo, sus acciones me resultan bastante decepcionantes y cuestionables.

Aprovecho para escribir que estaba muy contento trabajando en la Dirección de Levantamiento y Procesamiento de Datos, el apoyo y el trabajo en equipo que encontré en esta dirección es maravilloso. Agradezco enormemente a mis compañeros de trabajo, especialmente a Yetsabel Castillo, María de la Luz Ortiz, Felipe Mendoza y Oswaldo Palma, quienes con su ejemplo de trabajo y su escucha me permitieron crecer enormemente en este espacio de trabajo.

Héctor Ernesto Bárcenas Hernández.


martes, 27 de noviembre de 2018

Reseña de espectáculo: "Movimientos migratorios, de la pobreza a Norteamérica"


El escenario recién barrido y trapeado, las butacas repletas de espectadores, el telón abierto. Las voces de los mirones tronaban como hojas de árboles antes de la tormenta. De pronto, el espacio en penumbras se iluminó de golpe. Una luz cenital coloreó una silueta frágil y tensa al centro del escenario. Estaba de pie con la mirada al suelo, su contorno burdo dejaba entrever sus labios pegados uno con otro, una piel reseca y cabello grasoso.

Allí permaneció durante noventa minutos una sombra quieta y sucia; hubiera podido quedarse una eternidad sobre el escenario sin dejar escapar un solo suspiro.

La tensión entre el público creció conforme el tiempo pasó. Las axilas húmedas de los mirones y el silencio absoluto en el escenario fueron llenando el ambiente de un aire denso e incomodó. La escenografía era inexistente, podía apreciarse con dificultad el escenario inmenso, con un fondo profundo que chocaba contra unas paredes pelonas y mal pintadas, las luces laterales del teatro se asomaban. El teatro de la ciudad, tan elegante y altivo se miraba triste, seco y lúgubre. Los frescos en los techos y los detalles en los finos palcos se perdían en la oscuridad.

Conforme el espectáculo fue avanzando, el teatro abarrotado se fue desinflando, la gente fue saliendo de a poco. Algunos espectadores abrumados desalojaron procurando no llamar la atención demasiado, otros se levantaron con efusividad mientras murmuraban quejas y caminaban torpemente a la salida; al concluir los noventa minutos, el espectáculo crudo y desconcertante terminó. El telón se cerró. El teatro a medio llenar se iluminó de repente, las puertas que lo conectan con el exterior se abrieron. Los asistentes que quedábamos nos paramos lentamente de las butacas y salimos en un silencio sepulcral.

Minutos antes de que comenzara la función, había echado un ojo al programa de mano, de este brotaba todo un discurso lleno de ideas y posturas asistencialistas frente a un problema social claramente delimitado y definido, anunciaba una función llena de narrativa y emoción que invitaba a la reflexión y a la acción humanitaria.

En el borde entre que hojeaba el programa de mano y que las luces del teatro se apagaban dando comienzo a la función, mis ojos se llenaron de lágrimas y me invadieron las ganas de correr y hacer acciones para ayudar a esta gente tan carente y expuesta a peligros que yo solo puedo imaginar.    

Desde que me enteré del proyecto me había llenado de inquietud y curiosidad. El título era sugerente, “Movimientos migratorios, de la pobreza a Norteamérica”, de inmediato me lanzó a un mundo de angustia ¿Movimientos? ¿pobreza? Un grupo vulnerable violentado por agentes de seguridad, un montón de pobres, indeseados fumigados, migrantes sucios, valientes buscando un mejor futuro, oportunistas, mediocres, maleducados, víctimas de un sistema opresor.

Asistí a un espectáculo que nació de una serie de eventos que se han tejido en las últimas semanas y ponen al centro a la caravana de migrantes centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos en un intento por mejorar sus condiciones de vida. Me encontré con un montaje que usó como telón de fondo a un grupo de personas expuestas a condiciones sociales precarias e impregnadas de una violencia amarga que duele. Un montaje que tenía como único actor a un integrante de aquella famosa caravana.

La función a la que acudí la semana pasada me dejó con un malestar corporal del cual no me he podido desprender. La silueta me golpeó el corazón, me encuentro con crujidos al interior del estómago, los parpados se han hecho pesados y las cervicales se me encajan en la tráquea desde entonces.

El recuerdo, detona ruidos en mis tripas que se convierten en cánticos dionisiacos, gritos de dolor que traen un mensaje lleno de violencia y sangre, despliega una marejada de sensaciones impregnadas de ideas sin articular que golpean la existencia. El humano que se paró frente a mi representaba una idea, a un grupo de personas que atraviesan circunstancias dolorosas.

La fuerza que llevó a mi cuerpo a ese lugar de sensaciones estaba compuesta en gran mediad por un discurso performático que hubiera podido prescindir de la especificidad del grupo, cualquier conglomerado de personas que sufren, víctimas del destino con vidas terribles y llenas de inclemencias hubiera servido para provocar esta ansiedad que me recorre; sin embargo, este palpitar acelerado que me aprisiona cada que pienso en ese grupo de desgraciados está ligado con una idea de asepsia. Juego el papel del burgués lejos de la posibilidad de enfrentarse a la violencia que sufren los desposeídos, soy el mirón que se congratula de la miseria ajena. Me pienso lejos de la posibilidad de ser herido, aunque mi cuerpo esté rodeado de historias que se hunden en la violencia. Los grupos vulnerables vienen a recordarme que hay quien vive peor. La idea de un grupo tasajeado por el dolor y el abuso me viene a recordar una posición. Ellos subrayan y dan color a los lujos y placeres que vivo.

He pensado seriamente en las implicaciones que tiene mirar estas siluetas como una masa de víctimas, de dolor burbujeante con capacidad de acción disminuida. Darles ese lugar, me lleva a las alturas, a volar por encima de ellos, lo que importa es que mi cuerpo irradie destellos de bondad, que genere las acciones necesarias para que ellos estén mejor. Es imprescindible dejar claro que yo soy quien sabe que es lo mejor para ellos. Pensar en los migrantes, es pensar en la generalidad, basta con sentir el beat de su historia, la fuerza de su voluntad, para conmoverse y dejarse arrastrar por los impulsos del humanitarismo.

La presencia del migrante en el escenario no destelló más que fuerza e ímpetu. De él no sabemos nada, estamos como al principio. Un hombre sin rostro, sin responsabilidad ni historia individual. Únicamente un halo de luz burda que mal dibuja una historia de la masa.

Así es la historia de la víctima, se nos presenta como un manchón sobre un lienzo blanco, a la espera de nuestra reacción. Ya sea que decidamos convertirnos en victimarios, rechazarlos y sobajarlos, mirarlos por debajo de nosotros y alejarnos lo más posible con la firme intención de no contagiarnos de su desgracia; que decidamos lanzarnos a la ayuda humanitaria cual héroes con los calzones bien puestos sobre las mallas con nuestros superpoderes burgueses o que nos quedemos quietos, mirando el espectáculo pasar frente a nosotros en completo silencio.


viernes, 2 de noviembre de 2018

Historia de amor



Entre una casualidad y otra, los organismos oxidados, comenzaron a latir a un mismo ritmo.

El ritmo denso encontró eco en las entrañas.

Al calor de los tambores, chispeantes corazones, surgieron las miradas.

Los ojos brillosos se cruzaron.

Las bocas, con movimientos bruscos, sacaron aire con fuerza y gritaron.

Nacieron sonidos zigzagueantes y chispeantes.

En medio de balbuceos encimados, el espacio se expandió, se llenó de intención.

Las respiraciones se alargaron y abrieron un hueco en el tiempo.

Instante mágico que llenó de sentido al universo.

Tic tac de emociones se arremolinaron al interior de los cuerpos.

Las palabras contaron historias.

Los labios lanzaron besos, los dientes mordidas.

Un corazón se detuvo.

Silencio.

viernes, 26 de octubre de 2018

Caravana de insectos


El ritual de transformación inicia, unos cuantos hombres danzan entre la multitud, llevan consigo polvos mágicos, tienen la misión de esparcirlo entre los asistentes. Inician los disparos, la nube crece y se extiende por el espacio sagrado.

El olor denso choca contra las fosas nasales, quema las gargantas, miles de partículas químicas viajan al interior de los cuerpos rasgando los órganos, las sustancias están por adquirir una carga simbólica cegadora, el ADN está por cambiar.

Los personajes de esta historia no tienen casa, no les preocupa perder su trabajo, están ocupados tratando de hallar uno. Pronto dormirán y, como Gregorio Samsa, mañana despertarán con numerosas patitas delgadas unidas a sus rugosos y duros cuerpos; probablemente muchos de ellos descubrirán un par de antenitas pegadas a sus repugnantes cabezas, se asustarán, la angustia carcomerá sus corazones y un nudo en la garganta sofocará sus pensamientos. Será un proceso doloroso, comenzará con irritación en la piel y sus ojos arderán mientras caen en un profundo y asfixiante sueño. Mañana, convertidos en insectos podrán ser aplastados uno a uno, o tal vez por montones, no habrá registro de ellos.

Los danzantes bombean el insecticida y lo esparcen silenciosamente por la plaza, cumplen con orgullo la tarea encomendada.

Desde el otro lado del monitor miro silenciosamente el ritual ocurrir, leo que los periódicos narran los hechos cuidadosamente. Los centroamericanos habían solicitado ayuda para que se fumigara el lugar, se habían encontrado con cucarachas y culebras. El dengue desafiaba a los infortunados y los danzantes tenían instrucciones de nebulizar. El 23 de octubre, se esparcieron químicos donde dormían los migrantes sin seguir los protocolos para fumigar, se llevó a cabo un ritual que dio contorno y subrayó un discurso que admite la discriminación, que mira su reflejo con desdén y con el ojo transforma al humano en insecto; un insecto repugnante, que asusta y ensucia el mundo.  

Comienzo a sentir irritación en la piel, mis ojos arden, y el estómago me punza. Apago la computadora y en el espejo negro frente a mí, se aparecen un par de antenitas. Mi cabeza se llena de recuerdos, se aparece mi madre, está hablando de mis abuelos. Ellos no eran hondureños, vinieron de Oaxaca a la capital del País, pasaron muchas noches con frio, mi abuela, sirvienta en casas y mi abuelo durante un buen tiempo no consiguió nada. Viene a mí, la imagen de los abuelos durmiendo en el tranvía en las mañanas, después de haber pasado las noches en vela cuidándose uno al otro. Hombres pobres y morenos buscando una vida digna, luchando contra los polvos mágicos, haciendo esfuerzos enormes por no dejarse sofocar por el hechizo que buscaba convertirlos en insectos.

La historia de los personajes me golpea las entrañas con una tristeza dolorosa.


Los trabajadores del gobierno decidieron cargar de magia aquella labor simple y plana. Llenar de intención el movimiento y convertirlo en gesto, poner de manifiesto las náuseas que sienten frente a esos seres desafortunados que decidieron moverse del lugar en el que estaban, buscando mejorar sus vidas.

Insectos hediondos que vienen a revolotear en el aséptico territorio. Son una amenaza para los habitantes, sombras de pobreza que asustan. El problema no tiene relación con su lugar de origen; el problema es que son insectos, morenos vulnerables, llenos de carencias, con trapos sin marcas sobre sus cuerpos, desprovistos de joyas y llenos de hambre.

Hay muchos danzantes por ahí, odiando a las personas por su color de piel, por su posición socioeconómica; quieren que se queden debajo de la estufa, detrás del refrigerador, prohibir la entrada al comedor, vigilar que no coman de sus platos. Sus patitas les dan escozor. Miran en los rincones, territorios de plagas horrorosas, tienen un enorme resentimiento frente a los portadores de pobreza y melanina. No importa si son hondureños, guatemaltecos, salvadoreños o mexicanos, repugna su existencia.

Tachar al otro, acabar con su condición humana y darle un lugar de insecto hace más fácil la tarea de desaparecerlo a pisotones.  


jueves, 18 de octubre de 2018

Caravana de migrantes

Se fueron, dejaron cajones repletos de recuerdos y una ausencia triste dibujada en sus huellas, inundaron el espacio de un silencio que transpira dolor. Antes de partir, sacaron de sus entrañas toda la desesperanza que pudieron y la dejaron caer sobre la tierra con sabor a sal. Dejaron atrás un mundo con el afán por aferrarse a la vida y se llevaron un montón de reclamos entre las manos, van desbordándose de entre sus dedos, gritos de angustia sin destino.

Van caminando, trazando un camino.

Durante semanas o meses tendrán la boca seca, la lengua escaldada y un olor metálico se va a desprender de sus dientes, las piernas se cansarán, el estómago a medio llenar les va a burbujear y sus cuerpos, sus cuerpos se van a diluir en el tiempo. Su ausencia va a llenar los corazones de los que se quedan, sus hermanos van a preguntar por ellos, querrán saber dónde están; y su presencia va a colmar de disgusto los ojos de quienes los vean pasar. Los apestados, caminantes errantes van buscando oportunidades, creen fervientemente que del otro lado de las líneas imaginarias hay mejores oportunidades para ellos, quieren vivir mejor, buscan una buena vida.

-¿Acaso no todos queremos una buena vida?

-¡Que lo busquen en otro lado!, que encuentren un espacio en el que no molesten, que no atraviesen nuestros verdes pastos. Esos malnacidos deben entender que no pueden pasar por nuestras tierras. Necesitan papeles, deberán contar con la documentación necesaria en regla. Nuestra querida burocracia se ha encargado de construir trámites engorrosos y rigurosos para limitar la entrada a los marginados, les pide visa para controlar arbitrariamente su entrada. Los derechos vienen con los papeles, son privilegios, lujos de unos cuantos.

No hay porque asustarse, la xenofobia se enseña, nos han inculcado que los humanos sin papeles no tienen valor, entre más arrinconados y solos estén, más fácilmente pueden desaparecer, mientras su semblante esté más lejos de la silueta europea, más cerca se encuentran del abuso, se les puede detener, engañar y mal mirar justificadamente; total, a nadie le importan.

Nos enseñaron con el himno nacional que está bien prohibir el paso a los extraños. “Mas si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo.”

Los migrantes no llegan a la categoría de enemigos, un enemigo es un rival, un igual contra el cual hay que ir, al migrante no le alcanza para competir en esa categoría. Un migrante es un extraño que estorba, incomoda y desagrada; pero el significante se desplaza con facilidad, no queremos que el migrante moreno y pobre venga a profanar nuestras tierras con sus pies

La caravana de los migrantes hondureños que salió de su país el 13 de octubre buscando condiciones de vida digna está trazando un camino, escribiendo marcas que duelen y anuncian el sufrimiento que se comparte en tantos países latinoamericanos.

Miles de caravanas, una atrás de otra buscando una mejor vida, caravanas de hondureños, salvadoreños, mexicanos, guatemaltecos, caravanas de pobres que no encuentran posibilidades en sus tierras. Atraviesan México buscando oportunidades distintas a las que existen en sus tierras, huyen de la violencia desmedida que viven.

Van caminando, trazando un camino.

México espacio de tránsito, juega un papel perverso, se da cuenta de tanta sangre, dolor y hambre, de la pobreza que oprime las vísceras y al mismo tiempo juega al ciego inconsciente atrapado en discursos racistas.

En los últimos años he escuchado a algunos políticos expresando enojo porque el presidente de los Estados Unidos de América amenaza con que el pueblo mexicano debe pagar por un muro que impida el paso de todos los morenos y pobres a territorio norteamericano, quiere detener a los malolientes. Ahora leo que es el gobierno mexicano, quien por instrucciones precisas del jefe Donald, va a mandar a sus soldaditos a detener a la mugre antes de que intente atravesar estas tierras. Hay que hacerle caso, no vaya a ser que nos castigue.

Filas de morenos uniformados esperan pacientemente las instrucciones del patrón, ¡hay que impedirles el paso!, no quieren que se filtren y encuentren una mejor vida, están esperando a los morenos sin uniforme, a los valientes, esos que decidieron seguir caminando después de las amenazas. Se les dijo que no lo intenten, que hay muchos riesgos por estos rumbos, que matan, violan, desaparecen, trafican con cuerpos; información que es cierta en México, la gente aquí desaparece, las mujeres, los migrantes, los pobres, los marginados.

Se fueron y todavía no llegan, unos no van a llegar, se van a perder, habrá quienes lleguen a un destino distinto al planeado, quienes encuentren en su camino gente que les tienda la mano o que los maltrate, unos cuantos encontrarán lo que buscan.

Ahí van muchos sin tierra, caminando por el mundo tratando de ganarse un trozo de dignidad, buscan un lugar donde crear nuevos recuerdos, hacer presencia en algún lugar y encontrar sabores distintos.

viernes, 12 de octubre de 2018

Zafarrancho en el foro educativo

El domingo 7 de octubre se preparaba, en el Centro Internacional de Convenciones en Acapulco, una reunión que suponía una de 32 reuniones en las que diferentes actores trabajarían para generar acuerdos en conjunto para mejorar la educación en el país.

El salón se encontraba listo para recibir a las celebridades educativas y gubernamentales, las sillas ordenadas, las mesas con sus manteles blancos, la escenografía había sido montada y la afición estaba por llegar. Los reflectores, los reflectores no sabían donde dirigir su brillante luz. Se había dicho que aquel, sería un espacio para llegar a acuerdos educativos. Lo cierto es que muy rápidamente el foro de consulta estatal en Guerrero se encontró con actores que olvidaron sus papeles; se abrió el espacio para un espectáculo; maromas, ovaciones, enmascarados aventando sillas y cánticos de lucha se hicieron presentes en aquella trinchera que ponía de manifiesto que lo que menos importaba era la educación. No se discutieron caminos posibles por los cuales transitar, tampoco se habló de objetivos ni de obstáculos. Se llegó a echar relajo, a generar caos y tensión.

Reconstruir la escena, despierta el recuerdo, de un tiempo borroso. Un salón de clases lleno de ruido, las bancas mal formadas mirando al pizarrón, mientras espero que llegue la maestra un montón de alumnos se organizan para librar el problema de no haber hecho la tarea, yo ni me acordaba que había tarea. Teníamos que leer unas páginas repletas de letras que cuentan un suceso de la historia del país. Entre los alumnos hay un grupito que sí leyó, se encuentran callados, probablemente quieren tomar la clase, pero no dicen nada. Yo, más bien desorbitado, dejo que la masa de alumnos decida, al fin y al cabo, tampoco presto atención a las clases. El montón de páginas que tenía que leer no me interesa un carajo, me interesa resolver los problemas que se vienen encima ahora que mis papás se separan. ¿Qué pasará con mi independencia?, ¿a quién le pediré permiso para salir a jugar?, ¿dónde voy a comer? Lo que se discuta o revise en clase carece de importancia. El salón entero se organiza para que en cuanto llegue la maestra se realicen las acciones necesarias para no tocar el tema acordado.

Hago un esfuerzo por recordar cuál era el tema que se tocaría aquel día. Es inútil, se abre un hueco en mi cabeza y encuentro, un aire denso y frío en medio de la oscuridad. La escena la paso y repaso, le doy la vuelta y me quedo con la imagen de unos pubertos armando un teatro para no hablar de lo que tenían que hablar. No sé si logramos engañar a la maestra, pero aquel día no vimos el tema que se tenía planeado revisar. De cualquier modo, a mi lo que me interesaba era salvaguardar mis privilegios, proyectar planes para sacarle ventaja a ese cambio que estaba por llegar ahora que mamá no iba a dormir más en casa.

Era un irresponsable, asistía a clases porque no me quedaba de otra, mi papá me llevaba hasta la entrada del colegio; pero las tareas que había que cumplir con maestros y padres las hacía a medias y lo que aprendía era por casualidad más que por voluntad.

Lo sucedido en el foro de Acapulco choca con los instantes vividos en aquel salón de clases hace algunos años, se desprenden chispas de calor. Ambos momentos quedan unidos por unos cordones viejos y deshilachados que se amarran por en medio. El movimiento de cada uno de ellos provoca jaloneos que distorsionan el espacio, vacían de detalles las estructuras, los actores se invierten y mezclan, los salones se vacían, el silencio me alcanza y quedo con un sabor amargo entre los dientes y una escena triste. Un grupo de personas armando todo un teatro porque no quieren saber nada de educación, están preocupados por sus privilegios, por crear oportunidades ahora que mamá no va a vivir con ellos.

Sería lindo que se sentaran a hablar de los caminos que está tomando la educación, comenzarán a tejer diálogos con la voz de estudiantes, docentes, directivos y padres, remplantearan qué se quiere enseñar y para qué, revisaran el nuevo curriculum, los resultados que arrojan las evaluaciones, propusieran nuevos caminos y revaloraran los senderos actuales. Sería lindo que comenzarán a interesarse en la educación. 

Los reflectores siguen sin saber a donde apuntar su brillante luz.  

martes, 2 de octubre de 2018

Para los asesinos del 2 de octubre

Hombres uniformados y encubiertos:

Espulgando en un cajón de recuerdos tropiezo con un paseo familiar a un lugar olvidado, vamos en un automóvil viejo, adelante papá y mamá, mi hermana, al lado, pegada a la ventana. En el camino se aparece un grupo de hombrecitos formados, vestidos con ropa verde muy bien planchada, botas negras lustradas y tienen entre sus manos tronquitos negros.

El coche avanza, escucho con asombro las palabras que papá deja salir de su boca, un montón de palabras que redimensionan completamente aquella imagen; poco a poco esos hombres comienzan a deformarse, sus siluetas se tornan monstruosas. Volteo atrás mientras nos alejamos de la escena, veo un manchón de personas mal encaradas convirtiéndose en robots que tienen entre sus limitadas funciones asesinar y asustar.

No estoy muy seguro si ese recuerdo es el principio de un tejido que se ha reforzado con los años, o sólo sea un pedazo de una madeja de estambre que no encuentra principio ni fin; pero estoy convencido que es una hebra al interior de una telaraña que lucha por hallar coherencia.

Los años pasaron, lo que pensaba de aquellos hombres vestidos de verde se generalizó, también aplicaban estos prejuicios para los pintados de azul. Construí una relación perversa con estas figuras de autoridad.

Llegó la adolescencia y comencé a asistir a partidos de futbol en los cuales, junto con un montón de desconocidos, insultaba al unísono a los guardianes de la seguridad. Nosotros cantábamos agresiones directas y nos burlábamos, ellos nos miraban callados con sus escudos de plástico transparente sus macanas y sus cascos estorbosos. Me adherí a una masa de zombis descerebrados, robots que tienen entre sus limitadas funciones imitar y violentar.

Parado en esta telaraña de enojo y aversión, pienso y repienso en todos los asesinatos que tuvieron lugar hace 50 años en Tlatelolco, imagino a una multitud de estudiantes cayendo, exhalando los últimos suspiros sobre la plaza de las tres culturas, recreo imágenes de miles de personas tratando de escapar de los disparos fulminantes por parte del batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad, la policía secreta y el Ejército Mexicano. Pienso en las fuerzas armadas persiguiendo de casa en casa a los manifestantes que buscaban salvar sus vidas, transportando en los helicópteros montones de cuerpos y desapareciéndolos en el horizonte. Pienso en todas las personas que murieron, que fueron encarceladas y torturadas, en los uniformados que murieron en estas masacres, aquellos soldados que también sufrieron desmayos permanentes durante los espectáculos de represión.

Parado en esta telaraña de enojo, me pregunto por los mortales armados que destruyeron tantas vidas, que dispararon balas, torturaron cuerpos y persiguieron a tantos semejantes. ¿Quiénes fueron los gatilleros detrás de las armas?, ¿qué queda detrás de los trapos verdes y azules?, ¿quiénes se escondieron detrás de los guantes blancos? No sabemos cuántas personas murieron el dos de octubre, tampoco sabemos cuántos asesinos asistieron al evento.

En un esfuerzo por no petrificarme en el enojo, quiero entender quiénes dispararon en la plaza de las tres culturas, mataron en Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa o Tlatlaya. En un duro intento por dar un lugar subjetivo a los asesinos y abrir unos cuantos grados la mirada, los responsabilizo de los hechos sucedidos.

Quiero que mi imaginario cambie, quiero que dejen de ser esos zombis descerebrados, robots sin alma. Me responsabilizo por agredirlos, por llamarlos cerdos, puercos, por hacerme parte de la masa y quitarles su lugar de personas.

Estoy seguro de que la clase política de hace 50 años no es muy distinta a la de ahora, que el gobierno está podrido, que muchas de las familias que se encargan de dirigir a este país están llenas de asesinos. Creo que muchísimas personas que lideran al país, tienen intereses que colocan por encima de la vida de la gente. Pero eso no le quita responsabilidad a quienes dispararon, disparan y dispararán.

En un grito desesperado les suplico a todos aquellos hombres de verde, azul, negro o con guantecitos blancos, ¡asuman sus crímenes cómo Edipo asumió los suyos! No se queden tras bambalinas suponiendo que ustedes sólo cumplían órdenes, que no sabían, suelten esos disfraces de zombis descerebrados. Háganse cargo de su subjetividad, de sus acciones, el mundo necesita menos gente como Adolf Eichmann, que se quedó tranquilo porque cumplía con su deber, que solamente ejecutaba las órdenes de sus superiores.

Asuman que cada disparo va directo a otro ser humano, que cuando apuntan un arma, cuando torturan, cuando desaparecen lo hacen ustedes, les suplico que dejen de jugar a ser robots. Si quieren ser siluetas monstruosas, si quieren asesinar, no se detengan, pero asuman su lugar, llénense de criterio. Antes de disparar, por favor, duden.  

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Servicios mortuorios

Cuando lloré por la muerte de mi abuela, estaba triste porque ella ya no estaba conmigo, se había ido y en su lugar había dejado un montón de huesos y tripas atrapadas en una piel fría e inerte. Parecía que estaba dormida acostadita en su cama, lloré porque su cuerpo me recordaba mi capacidad nata para morir. Una obligación con la cual nací y un derecho que debo ejercer al final de mi vida. Minutos después de su muerte, de haber soltado lágrimas de egoísmo y contagiarme del silencio que desprendía su cadáver, Mi padre llamó a los servicios funerarios que había contratado un par de años antes. Comenzaron los preparativos para llevar a cabo el ritual de muerte.

Mi padre había planificado todo, quería que la muerte de su madre fuera un evento sin contratiempos. Comenzaba con un médico que constataba que aquel cuerpo efectivamente estaba vacío de vida. Un servicio de transporte se aseguraba que el cuerpo, junto con la carta de verificación de muerte, llegarán a un salón seco en el cual una persona desinfectaba cada centímetro de esa piel acartonada, le embutía un montón de productos químicos y maquillaba minuciosamente para meterlo a una caja de madera en la que pasaba las siguientes 20 horas en una sala con gente susurrante y moquienta; después la caja y lo que sobraba de mi abuela se trasladaban a un predio lleno de casitas pequeñas, bloques de cemento y cruces. Se Metía la cajita a un hoyo previamente hecho, nos juntábamos los familiares y mirábamos como el contenedor se tapaba con tierra y poco a poco se desaparecía el hueco, quedando una cicatriz de tierra entre los cuartitos y los diques de concreto que la rodeaban.

Hubo un guion que sirvió de puente para atravesar la triste idea de la muerte de mi abuela, la mujer que me había salvado el pellejo cuando atravesaba la adolescencia y no había nadie que quisiera hacerse cargo de mí, la mujer que me dio sentido cuando la realidad se me desvanecía. Había un plan para que el grupo de personas enamoradas de mi abuela se acompañaran en el enfrentamiento con su muerte.

Enfrentamiento doloroso con la propia muerte, lleno de angustia y melancolía, un pasaje que desgarra los sentidos y hace eco en las respiraciones entrecortadas que brotan cuando las imágenes se impregnan en la memoria y se hace presente esa promesa de quietud y silencio que nos acecha a todos, recorre por impulsos eléctricos cada centímetro del cuerpo. Sentencia que seduce mientras el corazón late y taladra cuando la miramos instaurada en el otro.

El ritual que planificó mi padre se quebró, el guion no alcanzó, la mirada se perdió, las palabras entrecortadas balbucearon caos y las ideas no alcanzaron para abrazar el dolor. Cuando la idea de mi abuela dentro de una caja de madera se tropezó con la realidad de mi abuela dentro de una caja de madera, el mundo dejó en mi cabeza una fuerte resaca y una angustia terrible que ha ido disminuyendo con los días, con los meses.

Cuando lloré por la muerte de mi abuela, tuve un cuerpo que se estrelló con la idea de un cuerpo. La muerte se hizo presente, me susurro al oído que tenía el mismo destino que mi abuela. Lloré porque ya no la vería más, estaba seguro de que los residuos materiales de su vida se encontraban encapsulados en un cajón enterrado en un panteón deprimente. Sabía que su aliento ya no existía más.

Hoy los titulares hablan de 12 tráilers con cadáveres amontonadas dentro de sus cajas frigoríficas, algunos abandonados. Hablan de los mecanismos de almacenamiento, de las olas de violencia que han producido tanta muerte, de las desapariciones, de los cientos de personas que se amontonan buscando en esas montañas de muerte a sus desaparecidos. No puedo dejar de pensar en los amontonados, en los vivos tratando de hallar un susurro de resignación, una pizca de sentido que les permita elaborar la perdida que sufren. Un espejo que les de existencia, quieren encontrar su cuerpo.

Ellos no saben que hacer con la muerte, la metieron a refrigeradores rodantes y están buscando donde deshacerse de ella. Los amontonados la buscan por todos lados, en todos los rincones, ¿qué fue de su gente? ¿A dónde van los desaparecidos? El plan siempre se rompe, el ritual no alcanza, el dolor siempre desagarra; sin embargo, no tener nada de eso y quedarse en la angustia total sin un cuerpo que tropiece con la idea debe ser la peor desgracia.

La ola de violencia de la cual hablan los titulares sólo comienza con las ejecuciones, amontonar los cuerpos y hacerlos viajar, destinados a nunca llegar, crea un abismo inefable.

Los mecanismos de resguardo de cadáveres colocan en el lugar de restos al muerto, le asignan un valor residual a los sacos con huesos y tripas que se amontonan generando bocanadas de podredumbre. Sin duda es una posición que toca los límites de lo real y apunta a un análisis científicamente poderoso y válido.

Cuerpos que estorban, que sobran, ya no caben e incomodan. Seguramente estos mecanismos nacen de reflexiones pensadas concienzudamente, de excelentes burócratas que buscan “resolver” sus problemas hediondos lo antes posible. Todos esos restos de desconocidos, guardaditos en esas coquetas bolsas negras de basura subrayan la condición orgánica de los seres humanos, nos descomponemos. Esos creativos funcionarios resolvieron el problema del espacio magistralmente, sólo se les olvidó el pequeño detalle del valor absurdo que le damos los vivos a nuestros muertos. La necesidad que tenemos los mortales por elaborar la muerte del otro fue una pizca que se escapó en su fórmula.

La gente se amontona, se aglutina para saber si en esas montañas hay un dejo sentido.

…mecanismos de horror. 

miércoles, 30 de mayo de 2018

El voto libre y secreto

La democracia tiene como parte de sus mecanismos un engrane que permite el movimiento funcional del aparato. Un engrane necesario que constituye un derecho del ciudadano que vive dentro de un sistema que dice llamarse democrático. La premisa de la cual parte el voto es que, lo ejerce el ciudadano desde sus creencias, eligiendo lo que cree que más le conviene; sin embargo, en México hay la necesidad de subrayar que el voto es libre. Si no se tiene la posibilidad de votar por el gobernante que tu crees que hará mejor su trabajo, ese voto no entra como ficha del rompecabezas que construye la democracia.

En la Grecia antigua, no todas las personas que vivían en la ciudad eran considerados ciudadanos, pero todos los ciudadanos tenían la obligación de participar políticamente en las actividades destinadas a la organización del gobierno. En México, la democracia guarda diferencias y similitudes significativas con aquella forma “democrática” instaurada hace tantos años. Aquí los esclavos no existen como nominación y la gente que vive en condiciones de marginación extrema puede votar, siempre y cuando tenga un nombre y un papel que confirme su existencia como mexicano. En este país los ciudadanos tenemos el derecho a votar, además es necesario subrayar que podemos hacerlo libremente.

La obligación se presenta como una demanda, un deber ser. No tenemos obligación de votar, más bien es un derecho; como el derecho al agua, a tener educación o contar con todos aquellos servicios o consignas de las cuales carece tanta gente en el país; es decir, no se nos obliga a nadie a ejercer su derecho, sino se escribe en el papel y en el mejor de los casos se lucha por que todos cuenten con tal posibilidad.

Una vez que cuentas con el derecho a votar, el gobierno grita que tu voto debe ser libre, ¿sería un gobierno democrático si no fuera libre? El grito apuesta por hacer escuchar algo que no ha quedado claro. El pleonasmo subraya la pobreza de la calidad democrática del país.

Pero la cosa no acaba en mostrar que el pleonasmo voto libre dentro de un sistema que pregona democracia es subrayar lo ridículo que es. Cuando se habla de un voto secreto, me salta a la cabeza por qué tendría que ser secreto mi voto, queda prohibido expresar mis ideas y preferencias.

En el contexto mexicano, que el gobierno declare que el voto debe ser secreto no es tan descabellado, cada mexicano tiene que tener cuidado con lo que dice y a quien se lo dice. Dentro de mis redes sociales el mensaje que percibo claramente es que vote por quien vote soy un tarado. Ya sea que así me designe uno u otro conocido. Parece que el diálogo es imposible. No sólo entre los candidatos a un puesto gubernamental, Sino entre los ciudadanos que votaremos por ellos. Las autoridades nos invitan a que nuestro voto sea secreto, es una invitación a no meternos en problemas. La diferencia de opiniones dentro de la sociedad va acompañada de insultos, incapacidad para coexistir dentro de un mismo espacio con diferentes ideas. Es la nueva época de las cruzadas, hay que matar al otro que no quiere pensar como nosotros, el que piensa distinto es menos que nosotros, por tanto, si no lo convertimos, es mejor borrarlo.

Declarar, que el voto debe ser secreto es aprobar las acciones de invalidar al otro en el proceso democrático de nuestro país, es dar por sentado que, si comparto lo que pienso, mis semejantes pueden y están en todo el derecho de acusarme de idiota, pisotearme y señalarme como paria. Es legalizar y aprobar que nuestros candidatos en vez de hablar de sus propuestas e ideas, se dediquen a hablar de lo imbéciles, lo corruptos y delincuentes que son sus adversarios.