En un tiempo anterior a la pandemia, las escuelas estaban hechas de paredes, puertas, sillas, mesas, pizarrones, maestros y alumnos. Ingredientes que convergían en un territorio, espacio mínimo necesario en el que sucedía la magia de la educación. Las escuelas se vaciaban de alumnos durante las vacaciones, momento en el que se suspendía la enseñanza y cuando los alumnos llenaban la escuela de vuelta, se reactivaba el proceso pedagógico.
Ahora, con la pandemia sobre
nosotros, el territorio escolar ha sufrido transformaciones inmensas. Los
espacios físicos escolares no notan la diferencia entre el periodo de clases y
los descansos. Las autoridades educativas han implementado programas que
permiten el aprendizaje sin la necesidad de la materialidad. Ahora es posible
la escuela sin lugar y el alumno sin cuerpo. La contingencia sanitaria ha
sacudido el discurso de la educación presencial. La presencia se ha llenado de
agujeros para dar paso a una educación de otro orden. La educación busca
hacerse de herramientas para posibilitar otras formas de relación. Ahora la
educación incluye a los sin cuerpo.
Estos tiempos abren la
posibilidad al cuestionamiento respecto a quiénes incluye la educación. Hace
unos meses era necesario tener un cuerpo para acceder a la escuela, no se
trataba de un cuerpo cualquiera, tenía que tener ciertas capacidades motrices,
visuales, cognitivas, entre otras. Si el alumno no cumplía con el canon de
cuerpo normal, se dificultaba significativamente su camino escolar. La crisis
sanitaria hace posible subrayar la pregunta: ¿De qué va la educación inclusiva?
Sobre esto se dialogó hace unos días en un foro que realizó el COMIE para
pensar en la educación inclusiva frente a la educación en estos tiempos del
COVID19, Carlos Skliar, participante de dicho foro afirmó que la educación
inclusiva está al margen, para aquellos que están excluidos y la pandemia ha
venido a acentuar esta vulnerabilidad.
La enfermedad y la muerte que
circula en el espacio público de manera desmedida pusieron de cabeza a las instituciones
educativas estableciendo nuevas reglas y obligando a las autoridades educativas
a pensar en nuevas formas de hacer educación. En poco tiempo la idea de educar
a una “mayoría” movilizó algunos hilos en ciertas esferas sociales para dar
paso a nuevas formas de enseñanza. Tal vez diseñar y pensar otras formas de
hacer escuela para la singularidad y en la diferencia es posible, solo basta
voluntad y un empujón para generar estrategias y políticas públicas. Por ahora,
la vuelta de tuerca que dan las escuelas para dar continuidad a un proceso
pedagógico, únicamente muestra un gran potencial para cambiar condiciones,
generar oportunidades e incidir en vidas plurales; al mismo tiempo que con el
dispositivo de la conectividad y el aprendizaje en línea, simplemente se
desplazan o robustecen los márgenes y la exclusión se hace más firme para dar
continuidad a una educación inclusiva que apunta a una educación más excluyente
a cada paso.
Publicado en periódico IMPAR 6 de julio 2020.
México.
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