viernes, 26 de octubre de 2018

Caravana de insectos


El ritual de transformación inicia, unos cuantos hombres danzan entre la multitud, llevan consigo polvos mágicos, tienen la misión de esparcirlo entre los asistentes. Inician los disparos, la nube crece y se extiende por el espacio sagrado.

El olor denso choca contra las fosas nasales, quema las gargantas, miles de partículas químicas viajan al interior de los cuerpos rasgando los órganos, las sustancias están por adquirir una carga simbólica cegadora, el ADN está por cambiar.

Los personajes de esta historia no tienen casa, no les preocupa perder su trabajo, están ocupados tratando de hallar uno. Pronto dormirán y, como Gregorio Samsa, mañana despertarán con numerosas patitas delgadas unidas a sus rugosos y duros cuerpos; probablemente muchos de ellos descubrirán un par de antenitas pegadas a sus repugnantes cabezas, se asustarán, la angustia carcomerá sus corazones y un nudo en la garganta sofocará sus pensamientos. Será un proceso doloroso, comenzará con irritación en la piel y sus ojos arderán mientras caen en un profundo y asfixiante sueño. Mañana, convertidos en insectos podrán ser aplastados uno a uno, o tal vez por montones, no habrá registro de ellos.

Los danzantes bombean el insecticida y lo esparcen silenciosamente por la plaza, cumplen con orgullo la tarea encomendada.

Desde el otro lado del monitor miro silenciosamente el ritual ocurrir, leo que los periódicos narran los hechos cuidadosamente. Los centroamericanos habían solicitado ayuda para que se fumigara el lugar, se habían encontrado con cucarachas y culebras. El dengue desafiaba a los infortunados y los danzantes tenían instrucciones de nebulizar. El 23 de octubre, se esparcieron químicos donde dormían los migrantes sin seguir los protocolos para fumigar, se llevó a cabo un ritual que dio contorno y subrayó un discurso que admite la discriminación, que mira su reflejo con desdén y con el ojo transforma al humano en insecto; un insecto repugnante, que asusta y ensucia el mundo.  

Comienzo a sentir irritación en la piel, mis ojos arden, y el estómago me punza. Apago la computadora y en el espejo negro frente a mí, se aparecen un par de antenitas. Mi cabeza se llena de recuerdos, se aparece mi madre, está hablando de mis abuelos. Ellos no eran hondureños, vinieron de Oaxaca a la capital del País, pasaron muchas noches con frio, mi abuela, sirvienta en casas y mi abuelo durante un buen tiempo no consiguió nada. Viene a mí, la imagen de los abuelos durmiendo en el tranvía en las mañanas, después de haber pasado las noches en vela cuidándose uno al otro. Hombres pobres y morenos buscando una vida digna, luchando contra los polvos mágicos, haciendo esfuerzos enormes por no dejarse sofocar por el hechizo que buscaba convertirlos en insectos.

La historia de los personajes me golpea las entrañas con una tristeza dolorosa.


Los trabajadores del gobierno decidieron cargar de magia aquella labor simple y plana. Llenar de intención el movimiento y convertirlo en gesto, poner de manifiesto las náuseas que sienten frente a esos seres desafortunados que decidieron moverse del lugar en el que estaban, buscando mejorar sus vidas.

Insectos hediondos que vienen a revolotear en el aséptico territorio. Son una amenaza para los habitantes, sombras de pobreza que asustan. El problema no tiene relación con su lugar de origen; el problema es que son insectos, morenos vulnerables, llenos de carencias, con trapos sin marcas sobre sus cuerpos, desprovistos de joyas y llenos de hambre.

Hay muchos danzantes por ahí, odiando a las personas por su color de piel, por su posición socioeconómica; quieren que se queden debajo de la estufa, detrás del refrigerador, prohibir la entrada al comedor, vigilar que no coman de sus platos. Sus patitas les dan escozor. Miran en los rincones, territorios de plagas horrorosas, tienen un enorme resentimiento frente a los portadores de pobreza y melanina. No importa si son hondureños, guatemaltecos, salvadoreños o mexicanos, repugna su existencia.

Tachar al otro, acabar con su condición humana y darle un lugar de insecto hace más fácil la tarea de desaparecerlo a pisotones.  


jueves, 18 de octubre de 2018

Caravana de migrantes

Se fueron, dejaron cajones repletos de recuerdos y una ausencia triste dibujada en sus huellas, inundaron el espacio de un silencio que transpira dolor. Antes de partir, sacaron de sus entrañas toda la desesperanza que pudieron y la dejaron caer sobre la tierra con sabor a sal. Dejaron atrás un mundo con el afán por aferrarse a la vida y se llevaron un montón de reclamos entre las manos, van desbordándose de entre sus dedos, gritos de angustia sin destino.

Van caminando, trazando un camino.

Durante semanas o meses tendrán la boca seca, la lengua escaldada y un olor metálico se va a desprender de sus dientes, las piernas se cansarán, el estómago a medio llenar les va a burbujear y sus cuerpos, sus cuerpos se van a diluir en el tiempo. Su ausencia va a llenar los corazones de los que se quedan, sus hermanos van a preguntar por ellos, querrán saber dónde están; y su presencia va a colmar de disgusto los ojos de quienes los vean pasar. Los apestados, caminantes errantes van buscando oportunidades, creen fervientemente que del otro lado de las líneas imaginarias hay mejores oportunidades para ellos, quieren vivir mejor, buscan una buena vida.

-¿Acaso no todos queremos una buena vida?

-¡Que lo busquen en otro lado!, que encuentren un espacio en el que no molesten, que no atraviesen nuestros verdes pastos. Esos malnacidos deben entender que no pueden pasar por nuestras tierras. Necesitan papeles, deberán contar con la documentación necesaria en regla. Nuestra querida burocracia se ha encargado de construir trámites engorrosos y rigurosos para limitar la entrada a los marginados, les pide visa para controlar arbitrariamente su entrada. Los derechos vienen con los papeles, son privilegios, lujos de unos cuantos.

No hay porque asustarse, la xenofobia se enseña, nos han inculcado que los humanos sin papeles no tienen valor, entre más arrinconados y solos estén, más fácilmente pueden desaparecer, mientras su semblante esté más lejos de la silueta europea, más cerca se encuentran del abuso, se les puede detener, engañar y mal mirar justificadamente; total, a nadie le importan.

Nos enseñaron con el himno nacional que está bien prohibir el paso a los extraños. “Mas si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo.”

Los migrantes no llegan a la categoría de enemigos, un enemigo es un rival, un igual contra el cual hay que ir, al migrante no le alcanza para competir en esa categoría. Un migrante es un extraño que estorba, incomoda y desagrada; pero el significante se desplaza con facilidad, no queremos que el migrante moreno y pobre venga a profanar nuestras tierras con sus pies

La caravana de los migrantes hondureños que salió de su país el 13 de octubre buscando condiciones de vida digna está trazando un camino, escribiendo marcas que duelen y anuncian el sufrimiento que se comparte en tantos países latinoamericanos.

Miles de caravanas, una atrás de otra buscando una mejor vida, caravanas de hondureños, salvadoreños, mexicanos, guatemaltecos, caravanas de pobres que no encuentran posibilidades en sus tierras. Atraviesan México buscando oportunidades distintas a las que existen en sus tierras, huyen de la violencia desmedida que viven.

Van caminando, trazando un camino.

México espacio de tránsito, juega un papel perverso, se da cuenta de tanta sangre, dolor y hambre, de la pobreza que oprime las vísceras y al mismo tiempo juega al ciego inconsciente atrapado en discursos racistas.

En los últimos años he escuchado a algunos políticos expresando enojo porque el presidente de los Estados Unidos de América amenaza con que el pueblo mexicano debe pagar por un muro que impida el paso de todos los morenos y pobres a territorio norteamericano, quiere detener a los malolientes. Ahora leo que es el gobierno mexicano, quien por instrucciones precisas del jefe Donald, va a mandar a sus soldaditos a detener a la mugre antes de que intente atravesar estas tierras. Hay que hacerle caso, no vaya a ser que nos castigue.

Filas de morenos uniformados esperan pacientemente las instrucciones del patrón, ¡hay que impedirles el paso!, no quieren que se filtren y encuentren una mejor vida, están esperando a los morenos sin uniforme, a los valientes, esos que decidieron seguir caminando después de las amenazas. Se les dijo que no lo intenten, que hay muchos riesgos por estos rumbos, que matan, violan, desaparecen, trafican con cuerpos; información que es cierta en México, la gente aquí desaparece, las mujeres, los migrantes, los pobres, los marginados.

Se fueron y todavía no llegan, unos no van a llegar, se van a perder, habrá quienes lleguen a un destino distinto al planeado, quienes encuentren en su camino gente que les tienda la mano o que los maltrate, unos cuantos encontrarán lo que buscan.

Ahí van muchos sin tierra, caminando por el mundo tratando de ganarse un trozo de dignidad, buscan un lugar donde crear nuevos recuerdos, hacer presencia en algún lugar y encontrar sabores distintos.

viernes, 12 de octubre de 2018

Zafarrancho en el foro educativo

El domingo 7 de octubre se preparaba, en el Centro Internacional de Convenciones en Acapulco, una reunión que suponía una de 32 reuniones en las que diferentes actores trabajarían para generar acuerdos en conjunto para mejorar la educación en el país.

El salón se encontraba listo para recibir a las celebridades educativas y gubernamentales, las sillas ordenadas, las mesas con sus manteles blancos, la escenografía había sido montada y la afición estaba por llegar. Los reflectores, los reflectores no sabían donde dirigir su brillante luz. Se había dicho que aquel, sería un espacio para llegar a acuerdos educativos. Lo cierto es que muy rápidamente el foro de consulta estatal en Guerrero se encontró con actores que olvidaron sus papeles; se abrió el espacio para un espectáculo; maromas, ovaciones, enmascarados aventando sillas y cánticos de lucha se hicieron presentes en aquella trinchera que ponía de manifiesto que lo que menos importaba era la educación. No se discutieron caminos posibles por los cuales transitar, tampoco se habló de objetivos ni de obstáculos. Se llegó a echar relajo, a generar caos y tensión.

Reconstruir la escena, despierta el recuerdo, de un tiempo borroso. Un salón de clases lleno de ruido, las bancas mal formadas mirando al pizarrón, mientras espero que llegue la maestra un montón de alumnos se organizan para librar el problema de no haber hecho la tarea, yo ni me acordaba que había tarea. Teníamos que leer unas páginas repletas de letras que cuentan un suceso de la historia del país. Entre los alumnos hay un grupito que sí leyó, se encuentran callados, probablemente quieren tomar la clase, pero no dicen nada. Yo, más bien desorbitado, dejo que la masa de alumnos decida, al fin y al cabo, tampoco presto atención a las clases. El montón de páginas que tenía que leer no me interesa un carajo, me interesa resolver los problemas que se vienen encima ahora que mis papás se separan. ¿Qué pasará con mi independencia?, ¿a quién le pediré permiso para salir a jugar?, ¿dónde voy a comer? Lo que se discuta o revise en clase carece de importancia. El salón entero se organiza para que en cuanto llegue la maestra se realicen las acciones necesarias para no tocar el tema acordado.

Hago un esfuerzo por recordar cuál era el tema que se tocaría aquel día. Es inútil, se abre un hueco en mi cabeza y encuentro, un aire denso y frío en medio de la oscuridad. La escena la paso y repaso, le doy la vuelta y me quedo con la imagen de unos pubertos armando un teatro para no hablar de lo que tenían que hablar. No sé si logramos engañar a la maestra, pero aquel día no vimos el tema que se tenía planeado revisar. De cualquier modo, a mi lo que me interesaba era salvaguardar mis privilegios, proyectar planes para sacarle ventaja a ese cambio que estaba por llegar ahora que mamá no iba a dormir más en casa.

Era un irresponsable, asistía a clases porque no me quedaba de otra, mi papá me llevaba hasta la entrada del colegio; pero las tareas que había que cumplir con maestros y padres las hacía a medias y lo que aprendía era por casualidad más que por voluntad.

Lo sucedido en el foro de Acapulco choca con los instantes vividos en aquel salón de clases hace algunos años, se desprenden chispas de calor. Ambos momentos quedan unidos por unos cordones viejos y deshilachados que se amarran por en medio. El movimiento de cada uno de ellos provoca jaloneos que distorsionan el espacio, vacían de detalles las estructuras, los actores se invierten y mezclan, los salones se vacían, el silencio me alcanza y quedo con un sabor amargo entre los dientes y una escena triste. Un grupo de personas armando todo un teatro porque no quieren saber nada de educación, están preocupados por sus privilegios, por crear oportunidades ahora que mamá no va a vivir con ellos.

Sería lindo que se sentaran a hablar de los caminos que está tomando la educación, comenzarán a tejer diálogos con la voz de estudiantes, docentes, directivos y padres, remplantearan qué se quiere enseñar y para qué, revisaran el nuevo curriculum, los resultados que arrojan las evaluaciones, propusieran nuevos caminos y revaloraran los senderos actuales. Sería lindo que comenzarán a interesarse en la educación. 

Los reflectores siguen sin saber a donde apuntar su brillante luz.  

martes, 2 de octubre de 2018

Para los asesinos del 2 de octubre

Hombres uniformados y encubiertos:

Espulgando en un cajón de recuerdos tropiezo con un paseo familiar a un lugar olvidado, vamos en un automóvil viejo, adelante papá y mamá, mi hermana, al lado, pegada a la ventana. En el camino se aparece un grupo de hombrecitos formados, vestidos con ropa verde muy bien planchada, botas negras lustradas y tienen entre sus manos tronquitos negros.

El coche avanza, escucho con asombro las palabras que papá deja salir de su boca, un montón de palabras que redimensionan completamente aquella imagen; poco a poco esos hombres comienzan a deformarse, sus siluetas se tornan monstruosas. Volteo atrás mientras nos alejamos de la escena, veo un manchón de personas mal encaradas convirtiéndose en robots que tienen entre sus limitadas funciones asesinar y asustar.

No estoy muy seguro si ese recuerdo es el principio de un tejido que se ha reforzado con los años, o sólo sea un pedazo de una madeja de estambre que no encuentra principio ni fin; pero estoy convencido que es una hebra al interior de una telaraña que lucha por hallar coherencia.

Los años pasaron, lo que pensaba de aquellos hombres vestidos de verde se generalizó, también aplicaban estos prejuicios para los pintados de azul. Construí una relación perversa con estas figuras de autoridad.

Llegó la adolescencia y comencé a asistir a partidos de futbol en los cuales, junto con un montón de desconocidos, insultaba al unísono a los guardianes de la seguridad. Nosotros cantábamos agresiones directas y nos burlábamos, ellos nos miraban callados con sus escudos de plástico transparente sus macanas y sus cascos estorbosos. Me adherí a una masa de zombis descerebrados, robots que tienen entre sus limitadas funciones imitar y violentar.

Parado en esta telaraña de enojo y aversión, pienso y repienso en todos los asesinatos que tuvieron lugar hace 50 años en Tlatelolco, imagino a una multitud de estudiantes cayendo, exhalando los últimos suspiros sobre la plaza de las tres culturas, recreo imágenes de miles de personas tratando de escapar de los disparos fulminantes por parte del batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad, la policía secreta y el Ejército Mexicano. Pienso en las fuerzas armadas persiguiendo de casa en casa a los manifestantes que buscaban salvar sus vidas, transportando en los helicópteros montones de cuerpos y desapareciéndolos en el horizonte. Pienso en todas las personas que murieron, que fueron encarceladas y torturadas, en los uniformados que murieron en estas masacres, aquellos soldados que también sufrieron desmayos permanentes durante los espectáculos de represión.

Parado en esta telaraña de enojo, me pregunto por los mortales armados que destruyeron tantas vidas, que dispararon balas, torturaron cuerpos y persiguieron a tantos semejantes. ¿Quiénes fueron los gatilleros detrás de las armas?, ¿qué queda detrás de los trapos verdes y azules?, ¿quiénes se escondieron detrás de los guantes blancos? No sabemos cuántas personas murieron el dos de octubre, tampoco sabemos cuántos asesinos asistieron al evento.

En un esfuerzo por no petrificarme en el enojo, quiero entender quiénes dispararon en la plaza de las tres culturas, mataron en Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa o Tlatlaya. En un duro intento por dar un lugar subjetivo a los asesinos y abrir unos cuantos grados la mirada, los responsabilizo de los hechos sucedidos.

Quiero que mi imaginario cambie, quiero que dejen de ser esos zombis descerebrados, robots sin alma. Me responsabilizo por agredirlos, por llamarlos cerdos, puercos, por hacerme parte de la masa y quitarles su lugar de personas.

Estoy seguro de que la clase política de hace 50 años no es muy distinta a la de ahora, que el gobierno está podrido, que muchas de las familias que se encargan de dirigir a este país están llenas de asesinos. Creo que muchísimas personas que lideran al país, tienen intereses que colocan por encima de la vida de la gente. Pero eso no le quita responsabilidad a quienes dispararon, disparan y dispararán.

En un grito desesperado les suplico a todos aquellos hombres de verde, azul, negro o con guantecitos blancos, ¡asuman sus crímenes cómo Edipo asumió los suyos! No se queden tras bambalinas suponiendo que ustedes sólo cumplían órdenes, que no sabían, suelten esos disfraces de zombis descerebrados. Háganse cargo de su subjetividad, de sus acciones, el mundo necesita menos gente como Adolf Eichmann, que se quedó tranquilo porque cumplía con su deber, que solamente ejecutaba las órdenes de sus superiores.

Asuman que cada disparo va directo a otro ser humano, que cuando apuntan un arma, cuando torturan, cuando desaparecen lo hacen ustedes, les suplico que dejen de jugar a ser robots. Si quieren ser siluetas monstruosas, si quieren asesinar, no se detengan, pero asuman su lugar, llénense de criterio. Antes de disparar, por favor, duden.