lunes, 18 de mayo de 2020

La prohibición de los velorios


La muerte de los hombres a manos de agentes terribles y coléricos se remonta a tiempos ancestrales. Existe un viejo registro que hizo un hombre ciego, que cuenta la historia de un asesinato sangriento y doloroso.
Aquiles, el asesino, estaba lleno de rabia contra Héctor, el asesinado; la muerte no era suficiente medida para calmar la furia que inundaba su corazón; maquinó acciones ultrajantes contra el cuerpo del vencido con el fin de apaciguar su ira; taladró, sus tendones desde los tobillos hasta los talones, pasó entre los orificios correas de buey para amarrar los pies a su carro, fustigó a sus caballos para que arrancaran y  el difunto dejara rastros de piel por todo el suelo de camino a su nave a la orilla del mar. Había decidido retener sus restos para que no fueran llorados ni enterrados.
El homicida no retuvo el pedazo de carne sin vida por mucho tiempo. Los dioses amaban a Héctor, por lo que no permitieron que tal atrocidad ocurriera; enviaron a Tetis, la madre de Aquiles, quien también era una diosa, a reunirse con su hijo y persuadirlo de cometer tal injuria. Él, cambió de parecer y decidió entregárselo a Príamo, el padre suplicante del occiso.
Héctor fue llorado durante nueve días por su gente, al décimo fue enterrado, se celebró un banquete fúnebre en su honor y al undécimo se hizo un tumulto sobre su cadáver.
La cólera del virus que arremete contra los hombres en estos tiempos es comparable a la furia de Aquiles; Pero los dioses no aman a estos hombres como amaban a Héctor. Los cadáveres de los últimos días no han sido llorados. Los padres suplicantes se enfrentan al abismo de llorar en la ausencia de un cuerpo inerte.
Los mortales que estuvieron en contacto con el fallecido tienen que vivir un duelo en estricta soledad durante catorce días, la velación está prohibida mientras el país se encuentre en fase tres. Los cadáveres pasarán de la sala de muertos al hueco en el suelo o a las cenizas en un frasco, sin la intermediación del velorio.
Los ritos funerarios con cuerpo presente, hacen posible la digestión de una pérdida dolorosa y triste. Los mortales que nos quedamos respirando en la tierra, encontramos consuelo y sentido en el llanto a un cadáver, a un amigo que, encerrado en una caja, nos acompaña durante un día y hace una huella que recuerda que no nos volveremos a encontrar. Sin esta ceremonia, los vivos nos quedamos suspendidos en la angustia, con una dificultad enorme por transitar la pérdida de nuestro ser querido.
Los registros que tejemos en estos días, cuentan historias de asesinatos dolorosos a manos de un virus desalmado que arranca a los vivos la posibilidad de llorar y despedir el cuerpo de sus amados a través del velorio.