martes, 27 de noviembre de 2018

Reseña de espectáculo: "Movimientos migratorios, de la pobreza a Norteamérica"


El escenario recién barrido y trapeado, las butacas repletas de espectadores, el telón abierto. Las voces de los mirones tronaban como hojas de árboles antes de la tormenta. De pronto, el espacio en penumbras se iluminó de golpe. Una luz cenital coloreó una silueta frágil y tensa al centro del escenario. Estaba de pie con la mirada al suelo, su contorno burdo dejaba entrever sus labios pegados uno con otro, una piel reseca y cabello grasoso.

Allí permaneció durante noventa minutos una sombra quieta y sucia; hubiera podido quedarse una eternidad sobre el escenario sin dejar escapar un solo suspiro.

La tensión entre el público creció conforme el tiempo pasó. Las axilas húmedas de los mirones y el silencio absoluto en el escenario fueron llenando el ambiente de un aire denso e incomodó. La escenografía era inexistente, podía apreciarse con dificultad el escenario inmenso, con un fondo profundo que chocaba contra unas paredes pelonas y mal pintadas, las luces laterales del teatro se asomaban. El teatro de la ciudad, tan elegante y altivo se miraba triste, seco y lúgubre. Los frescos en los techos y los detalles en los finos palcos se perdían en la oscuridad.

Conforme el espectáculo fue avanzando, el teatro abarrotado se fue desinflando, la gente fue saliendo de a poco. Algunos espectadores abrumados desalojaron procurando no llamar la atención demasiado, otros se levantaron con efusividad mientras murmuraban quejas y caminaban torpemente a la salida; al concluir los noventa minutos, el espectáculo crudo y desconcertante terminó. El telón se cerró. El teatro a medio llenar se iluminó de repente, las puertas que lo conectan con el exterior se abrieron. Los asistentes que quedábamos nos paramos lentamente de las butacas y salimos en un silencio sepulcral.

Minutos antes de que comenzara la función, había echado un ojo al programa de mano, de este brotaba todo un discurso lleno de ideas y posturas asistencialistas frente a un problema social claramente delimitado y definido, anunciaba una función llena de narrativa y emoción que invitaba a la reflexión y a la acción humanitaria.

En el borde entre que hojeaba el programa de mano y que las luces del teatro se apagaban dando comienzo a la función, mis ojos se llenaron de lágrimas y me invadieron las ganas de correr y hacer acciones para ayudar a esta gente tan carente y expuesta a peligros que yo solo puedo imaginar.    

Desde que me enteré del proyecto me había llenado de inquietud y curiosidad. El título era sugerente, “Movimientos migratorios, de la pobreza a Norteamérica”, de inmediato me lanzó a un mundo de angustia ¿Movimientos? ¿pobreza? Un grupo vulnerable violentado por agentes de seguridad, un montón de pobres, indeseados fumigados, migrantes sucios, valientes buscando un mejor futuro, oportunistas, mediocres, maleducados, víctimas de un sistema opresor.

Asistí a un espectáculo que nació de una serie de eventos que se han tejido en las últimas semanas y ponen al centro a la caravana de migrantes centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos en un intento por mejorar sus condiciones de vida. Me encontré con un montaje que usó como telón de fondo a un grupo de personas expuestas a condiciones sociales precarias e impregnadas de una violencia amarga que duele. Un montaje que tenía como único actor a un integrante de aquella famosa caravana.

La función a la que acudí la semana pasada me dejó con un malestar corporal del cual no me he podido desprender. La silueta me golpeó el corazón, me encuentro con crujidos al interior del estómago, los parpados se han hecho pesados y las cervicales se me encajan en la tráquea desde entonces.

El recuerdo, detona ruidos en mis tripas que se convierten en cánticos dionisiacos, gritos de dolor que traen un mensaje lleno de violencia y sangre, despliega una marejada de sensaciones impregnadas de ideas sin articular que golpean la existencia. El humano que se paró frente a mi representaba una idea, a un grupo de personas que atraviesan circunstancias dolorosas.

La fuerza que llevó a mi cuerpo a ese lugar de sensaciones estaba compuesta en gran mediad por un discurso performático que hubiera podido prescindir de la especificidad del grupo, cualquier conglomerado de personas que sufren, víctimas del destino con vidas terribles y llenas de inclemencias hubiera servido para provocar esta ansiedad que me recorre; sin embargo, este palpitar acelerado que me aprisiona cada que pienso en ese grupo de desgraciados está ligado con una idea de asepsia. Juego el papel del burgués lejos de la posibilidad de enfrentarse a la violencia que sufren los desposeídos, soy el mirón que se congratula de la miseria ajena. Me pienso lejos de la posibilidad de ser herido, aunque mi cuerpo esté rodeado de historias que se hunden en la violencia. Los grupos vulnerables vienen a recordarme que hay quien vive peor. La idea de un grupo tasajeado por el dolor y el abuso me viene a recordar una posición. Ellos subrayan y dan color a los lujos y placeres que vivo.

He pensado seriamente en las implicaciones que tiene mirar estas siluetas como una masa de víctimas, de dolor burbujeante con capacidad de acción disminuida. Darles ese lugar, me lleva a las alturas, a volar por encima de ellos, lo que importa es que mi cuerpo irradie destellos de bondad, que genere las acciones necesarias para que ellos estén mejor. Es imprescindible dejar claro que yo soy quien sabe que es lo mejor para ellos. Pensar en los migrantes, es pensar en la generalidad, basta con sentir el beat de su historia, la fuerza de su voluntad, para conmoverse y dejarse arrastrar por los impulsos del humanitarismo.

La presencia del migrante en el escenario no destelló más que fuerza e ímpetu. De él no sabemos nada, estamos como al principio. Un hombre sin rostro, sin responsabilidad ni historia individual. Únicamente un halo de luz burda que mal dibuja una historia de la masa.

Así es la historia de la víctima, se nos presenta como un manchón sobre un lienzo blanco, a la espera de nuestra reacción. Ya sea que decidamos convertirnos en victimarios, rechazarlos y sobajarlos, mirarlos por debajo de nosotros y alejarnos lo más posible con la firme intención de no contagiarnos de su desgracia; que decidamos lanzarnos a la ayuda humanitaria cual héroes con los calzones bien puestos sobre las mallas con nuestros superpoderes burgueses o que nos quedemos quietos, mirando el espectáculo pasar frente a nosotros en completo silencio.


viernes, 2 de noviembre de 2018

Historia de amor



Entre una casualidad y otra, los organismos oxidados, comenzaron a latir a un mismo ritmo.

El ritmo denso encontró eco en las entrañas.

Al calor de los tambores, chispeantes corazones, surgieron las miradas.

Los ojos brillosos se cruzaron.

Las bocas, con movimientos bruscos, sacaron aire con fuerza y gritaron.

Nacieron sonidos zigzagueantes y chispeantes.

En medio de balbuceos encimados, el espacio se expandió, se llenó de intención.

Las respiraciones se alargaron y abrieron un hueco en el tiempo.

Instante mágico que llenó de sentido al universo.

Tic tac de emociones se arremolinaron al interior de los cuerpos.

Las palabras contaron historias.

Los labios lanzaron besos, los dientes mordidas.

Un corazón se detuvo.

Silencio.