martes, 20 de octubre de 2020

Dos de octubre en la memoria

Si desconfío de mi memoria —es sabido que el neurótico lo hace en medida notable, pero también la persona normal tiene todas las razones para ello—, puedo complementar y asegurar su función mediante un registro escrito. La superficie que conserva el registro de los signos, pizarra u hoja de papel, se convierte por así decir en una porción materializada del aparato mnémico que de ordinario llevo invisible en mí.

Sigmund Freud.

Desconfío de mi memoria, voy a los registros, a las páginas de internet que saturan el espacio virtual con información. Marcas sin huella, múltiples unos y ceros van delineando ideas, narraciones, acontecimientos que fisuraron nuestro espacio tiempo y dejaron una huella en la superficie. Hay cicatrices en una sociedad que ya no sabe que pasó. En los textos encuentro hendiduras en la piel que cuentan historias de puntitas, a medias y desfiguradas.

¿De quién es esta memoria que graba los acontecimientos del dos de octubre? ¿Quién escribe lo que pasó? ¿Quién da lectura a lo escrito? ¿Dónde están escritos estos acontecimientos?

Hay una huella de lo ocurrido hace 52 años guardada en la memoria colectiva. Esa huella está dispersa en el ambiente. Millones de gotas aerosol bailan por el mundo, contienen marcas de un pasado doloroso, datos codificados y deformados con información de un dos de octubre.

Basta googlear dos de octubre y frente a nuestros ojos se aparece un mar de información escrita de manera aparentemente ordenada por chorrocientosmil fulanos; pero esa no es la memoria, en el mejor de los casos, es aparato auxiliar de la memoria, superficie con apariencia ilimitada que se pierde en el infinito y en muchas ocasiones no encuentra punto de retorno ni cabida en el rompecabezas del presente.

En los rituales del 2 de octubre, se desata la repetición de una búsqueda de sentido en los trozos de dolor que cuelgan de las cicatrices sociales que no han dejado de sangrar ni de rasgarse.

En las banderas izadas a media asta, marchas, libros, performances, destrucción de inmuebles, pintas, danzas, cantos y llantos hay una búsqueda por dar luz a unas huellas que quedaron impregnadas en la memoria y que no acaban de contornearse.    

Muchos gritos, un grito, voces llenas de significantes, con tantos significados que se pierden en el colectivo.

Tras medio siglo no hemos sido capaces de apropiarnos de una historia que nos llene de sentido, que nos impregne de fuerza; no hemos hallado la forma de movernos de lugar. Vamos buscando un origen atrás, atrás, atrás. Y hacia delante seguimos siendo los masacrados. Cada año caminamos acumulando ecos, buscando culpables y desapareciendo; demandando respuestas al que no es.

Estamos llenos de olvido, los registros no nos alcanzan para para darle contenido a la memoria invisible que hay en nosotros.

Algunas veces me encuentro en nosotros y otras tantas me pierdo. Pierdo los trozos de memoria y me quedo en el olvido, suspendido entre lo escrito y las marcas de lo que antes fue escrito o pienso que fue escrito. Pero siempre con marcas de sangre.

Publicado en periódico IMPAR 5 de octubre 2020. 

México.

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